OPINIÓN
La fractura social detrás de la masacre de Charlie Hebdo
La brutal masacre de periodistas y policías en la redacción del semanario Charlie Hebdo de París es una bisagra en la historia de Francia de consecuencias políticas inmediatas pero también de raíces históricas profundas.
La brutal masacre de periodistas y policías en la redacción del semanario Charlie Hebdo de París es una bisagra en la historia de Francia de consecuencias políticas inmediatas pero también de raíces históricas profundas.
La inverosímil ejecución de una víctima en plena vía pública parisina por yihadistas franceses, aventura lecturas inmediatas y reduccionistas.
Sin embargo es necesario preguntarse ¿Qué es lo que puede llevar a jóvenes descendientes de inmigrantes, a cometer un acto de violencia tan precisa y eficazmente calculada?
El fanatismo es parte de la respuesta, pero sólo una porción.
Hay al menos tres factores sin los cuales el asesinato inclemente de personas a plena luz del día en la ciudad luz, sólo resultaría un acto tan truculento como excepcional.
Por una parte, las violencias urbanas en Francia están signadas por el desarrollo de una subcultura de la marginalidad social, con protagonismo de una tercera generación de inmigrantes del norte de África que se sienten expulsados del sistema de garantías del Estado francés.
Por otra parte, asistimos al avance de circuitos de reclutamiento de yihadistas europeos, los "combatientes extranjeros" sobre los que alertan la Naciones Unidas, la Unión Europea e Interpol desde hace meses.
Y por último, hay que ponderar las consecuencias de las reformas temerarias de los organismos de inteligencia iniciadas por el ex presidente Nicolás Sarkozy y consolidadas en 2014 por Francois Hollande.
Los tres fenómenos están íntimamente relacionados.
Las "Zonas Urbanas Sensibles", espacios deteriorados en los entornos de las grandes ciudades de Francia, fueron la cuna de una nueva "clase lumpen", cuyo imaginario combina un resentimiento contra los símbolos de "la Francia" potenciado por el componente teológico de un islamismo radical "hecho a medida".
A lo largo de al menos tres generaciones de inmigrantes, la desigualdad en las denominadas "cités" (ciudadelas suburbanas) hizo emerger un segmento social con su propia subcultura, su propia jerga y hasta su propio islam. La crisis generada por esta polarización social urbana quedó al descubierto en los graves disturbios de 2005.
El escenario favoreció la implantación de este islamismo sui generis del que se sirven redes de reclutamiento de la carne de cañón para todas las aventuras yihadistas: desde las brigadas islámicas antiserbias de Bosnia, en los noventa, a las guerras contra la ocupación estadounidense en Afganistán e Irak, para converger ahora masivamente en del fenómeno mediático-terrorista "Estado Islámico" del levante.
Por eso la principal preocupación internacional de lucha contra el terrorismo son estos "combatientes extranjeros". Es decir ciudadanos, muchos conversos reclutados en Francia e Inglaterra, entrenados someramente en Afganistán o Pakistán, y sumados como milicianos a la lucha contra el gobierno sirio o contra las autoridades rusas en el Cáucaso.
No pocas veces estas fuerzas son alentadas y financiadas por las estrategias militares contrainsurgentes de Occidente y sus socios árabes.
La reinserción de estos jóvenes que completan su formación terrorista en el combate, constituye una amenaza elusiva, como se ha visto en el atentado de París, difícil de conjurar con recetas clásicas de corte militar contra-revolucionario (1).
Finalmente, cuesta entender que en Francia, pionera en el desarrollo de la vigilancia política del territorio, tres extremistas de experiencia internacional, encapuchados como muyahidines, con pericia en el manejo de armas y de la violencia extrema, hayan podido pasar sin ser detectados por los organismos de inteligencia.
Una vez disipada la neblina del impacto inicial de este ataque terrorista sin precedentes, la sociedad francesa comenzará a interrogar a los órganos del Estado a cargo de la inteligencia y la seguridad.
La ola seguritaria en Francia es tributaria de la Patriot Act posterior al 9/11. Llevó a reformas profundas anunciadas en el Libro Blanco de 2008, proceso que concluyó en 2014 con la creación de la actual Dirección General de la Seguridad Interior (DGSI).
Este órgano novedoso no logró intervenir en lo que a todas luces era un atentado previsible. Quizás los franceses –y el resto de las democracias, por cierto- deban revisar la transformación que puso fin a la tradicional división gaullista de Seguridad Interior y Defensa Nacional y que significó un importante retroceso en el control parlamentario de los organismos de inteligencia del Estado.
Habrá que ver entonces cuál será el impacto del atentado en el escenario político francés en el que el ultraderechista Frente Nacional crece agitando el fantasma del islamismo. Y habrá que desentrañar el gran interrogante, ahora agravado, de cómo hará la República francesa para sanar la fractura social que amenaza con convertirse en un abismo peligroso y expansivo.
(1) Los dispositivos de alerta sobre los "combatientes extranjeros" se activaron nuevamente en octubre del año pasado cuando un converso asesinó a una persona en el parlamento de Canadá, en Otawa. Luego el 15 de diciembre con la trágica toma de rehenes en una cafetería de Sidney, Australia, y finalmente el 22 de diciembre cuando un militante atropelló a 10 personas en una ciudad de Francia a 250 km de Paris.
Jueves, 8 de enero de 2015
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